sábado, 21 de agosto de 2010

LUMEN GENTIUM SOBRE LA IGLESIA , CAPÍTULO IV LOS LAICOS

LOS LAICOS
Peculiaridad 

El Santo Concilio, una vez que ha declarado las funciones de la jerarquía, vuelve gozosamente su espíritu hacia el estado de los fieles cristianos, llamados laicos. Cuanto se ha dicho del Pueblo de Dios se dirige por igual a los laicos, religiosos y clérigos; sin embargo, a los laicos, hombres y mujeres, en razón de su condición y misión, les corresponden ciertas particularidades cuyos fundamentos, por las especiales circunstancias de nuestro tiempo, hay que considerar con mayor amplitud. Los sagrados pastores conocen muy bien la importancia de la contribución de los laicos al bien de toda la Iglesia. Pues los sagrados pastores saben que ellos no fueron constituidos por Cristo para asumir por sí solos toda la misión salvífica de la Iglesia cerca del mundo, sino que su excelsa función es apacentar de tal modo a los fieles y de tal manera reconocer sus servicios y carismas, que todos, a su modo, cooperen unánimemente a la obra común. Es necesario, por tanto, que todos "abrazados a la verdad, en todo crezcamos en caridad, llegándonos a Aquél que es nuestra Cabeza, Cristo, de quien todo el cuerpo trabado y unido por todos los ligamentos que lo unen y nutren para la operación propia de cada miembro, crece y se perfecciona en la caridad" (Ef., 4, 15-16).

Qué se entiende por laicos

Por el nombre de laicos se entiende aquí todos los fieles cristianos, a excepción de los miembros que han recibido un orden sagrado y los que están en estado religioso reconocido por la Iglesia, es decir, los fieles cristianos que, por estar incorporados a Cristo mediante el bautismo, constituidos en Pueblo de Dios y hechos partícipes a su manera de la función sacerdotal, profética y real de Jesucristo, ejercen, por su parte, la misión de todo el pueblo cristiano en la Iglesia y en el mundo.
El carácter secular es propio y peculiar de los laicos. Los que recibieron el orden sagrado, aunque algunas veces pueden tratar asuntos seculares, incluso ejerciendo una profesión secular, están ordenados principal y directamente al sagrado ministerio, por razón de su vocación particular, en tanto que los religiosos, por su estado, dan un preclaro y eximio testimonio de que el mundo no puede ser transfigurado ni ofrecido a Dios sin el espíritu de las bienaventuranzas. A los laicos pertenece por propia vocación buscar el reino de Dios tratando y ordenando, según Dios, los asuntos temporales. Viven en el siglo, es decir, en todas y a cada una de las actividades y profesiones, así como en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios a cumplir su propio cometido, guiándose por el espíritu evangélico, de modo que, igual que la levadura, contribuyan desde dentro a la santificación del mundo y de este modo descubran a Cristo a los demás, brillando, ante todo, con el testimonio de su vida, fe, esperanza y caridad. A ellos, muy en especial, corresponde iluminar y organizar todos los asuntos temporales a los que están estrechamente vinculados, de tal manera que se realicen continuamente según el espíritu de Jesucristo y se desarrollen y sean para la gloria del Creador y del Redentor.

Unidad en la diversidad
  
La Iglesia santa, por voluntad divina, está ordenada y se rige con admirable variedad. "Pues a la manera que en un solo cuerpo tenemos muchos miembros y todos los miembros no tienen la misma función, así nosotros, siendo muchos, somos un cuerpo en Cristo, pero cada miembro está al servicio de los otros miembros" (Rom., 12,4-5).
El pueblo elegido de Dios es uno: "Un Señor, una fe, un bautismo" (Ef 4,5); común la dignidad de los miembros por su regeneración en Cristo, gracia común de hijos, común vocación a la perfección, una salvación, una esperanza y una indivisa caridad. Ante Cristo y ante la Iglesia no existe desigualdad alguna en razón de estirpe o nacimiento, condición social o sexo, porque "no hay judío ni griego, no hay siervo ni libre, no hay varón ni mujer. Pues todos vosotros sois "uno" en Cristo Jesús" (Gal 3,28; cf. Col 3,11).
Aunque no todos en la Iglesia marchan por el mismo camino, sin embargo, todos están llamados a la santidad y han alcanzado la misma fe por la justicia de Dios (cf. 2 Pe 1,1). Y si es cierto que algunos, por voluntad de Cristo, han sido constituidos para los demás como doctores, dispensadores de los misterios y pastores, sin embargo, se da una verdadera igualdad entre todos en lo referente a la dignidad y a la acción común de todos los fieles para la edificación del Cuerpo de Cristo. La diferencia que puso el Señor entre los sagrados ministros y el resto del Pueblo de Dios lleva consigo la unión, puesto que los pastores y los demás fieles están vinculados entre sí por necesidad recíproca; los pastores de la Iglesia, siguiendo el ejemplo del Señor, pónganse al servicio los unos de los otros, y al de los demás fieles, y estos últimos, a su vez asocien su trabajo con el de los pastores y doctores. De este modo, en la diversidad, todos darán testimonio de la admirable unidad del Cuerpo de Cristo; pues la misma diversidad de gracias, servicios y funciones congrega en la unidad a los hijos de Dios, porque "todas estas cosas son obras del único e idéntico Espíritu" (1 Cor 12,11).
Si, pues, los seglares, por designación divina, tienen a Jesucristo por hermano, que siendo Señor de todas las cosas vino, sin embargo, a servir y no a ser servido (cf. Mt 20,28), así también tienen por hermanos a quienes, constituidos en el sagrado ministerio, enseñando, santificando y gobernando con la autoridad de Cristo, apacientan la familia de Dios de tal modo que se cumpla por todos el mandato nuevo de la caridad. A este respecto dice hermosamente San Agustín: "Si me aterra el hecho de lo que soy para vosotros, eso mismo me consuela, porque estoy con vosotros. Para vosotros soy el obispo, con vosotros soy el cristiano. Aquél es el nombre del cargo; éste de la gracia; aquél el del peligro; éste, el de la salvación".

El apostolado de los laicos

Los laicos congregados en el Pueblo de Dios y constituidos en un solo Cuerpo de Cristo bajo una sola Cabeza, cualesquiera que sean, están llamados, a fuer de miembros vivos, a procurar el crecimiento de la Iglesia y su perenne santificación con todas sus fuerzas, recibidas por beneficio del Creador y gracia del Redentor.

El apostolado de los laicos es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, a cuyo apostolado todos están llamados por el mismo Señor en razón del bautismo y de la confirmación. Por los sacramentos, especialmente por la Sagrada Eucaristía, se comunica y se nutre aquel amor hacia Dios y hacia los hombres, que es el alma de todo apostolado. Los laicos, sin embargo, están llamados, particularmente, a hacer presente y operante a la Iglesia en los lugares y condiciones donde ella no puede ser sal de la tierra si no es a través de ellos. Así, pues, todo laico, por los mismos dones que le han sido conferidos, se convierte en testigo e instrumento vivo, a la vez, de la misión de la misma Iglesia "en la medida del don de Cristo" (Ef 4,7).
Además de este apostolado, que incumbe absolutamente a todos los fieles, los laicos pueden también ser llamados de diversos modos a una cooperación más inmediata con el apostolado de la jerarquía, como aquellos hombres y mujeres que ayudaban al apóstol Pablo en la evangelización, trabajando mucho en el Señor (cf. Fil 4,3; Rom 16,3ss.). Por los demás, son aptos para que la jerarquía les confíe el ejercicio de determinados cargos eclesiásticos, ordenados a un fin espiritual.
Así, pues, incumbe a todos los laicos colaborar en la hermosa empresa de que el divino designio de salvación alcance más y más a todos los hombres de todos los tiempos y de todas las tierras. Abraseles, pues, camino por doquier para que, a la medida de sus fuerzas y de las necesidades de los tiempos, participen también ellos, celosamente, en la misión salvadora de la Iglesia.

LA BIENAVENTURADA VIRGEN MARÍA, MADRE DE DIOS, EN EL MISTERIO DE CRISTO Y DE LA IGLESIA


La Santísima Virgen María en el misterio de Cristo

El benignísimo y sapientísimo Dios, al querer llevar a término la redención del mundo, "cuando llegó la plenitud del tiempo, envió a su Hijo hecho de mujer... para que recibiésemos la adopción de hijos" (Gal 4,4-5). "El cual por nosotros, los hombres, y por nuestra salvación, descendió de los cielos, y se encarnó por obra del Espíritu Santo de María Virgen". Este misterio divino de salvación se nos revela y continúa en la Iglesia, a la que el Señor constituyó como su Cuerpo, y en ella los fieles, unidos a Cristo, su Cabeza, en comunión con todos sus Santos, deben también venerar la memoria, "en primer lugar, de la gloriosa siempre Virgen María, Madre de nuestro Dios y Señor Jesucristo".

La Santísima Virgen y la Iglesia 

En efecto, la Virgen María, que según el anuncio del ángel recibió al Verbo de Dios en su corazón y en su cuerpo y entregó la vida al mundo, es conocida y honrada como verdadera Madre de Dios Redentor. Redimida de un modo eminente, en atención a los futuros méritos de su Hijo y a El unida con estrecho e indisoluble vínculo, está enriquecida con esta suma prerrogativa y dignidad: ser la Madre de Dios Hijo y, por tanto, la hija predilecta del Padre y el sagrario del Espíritu santo; con un don de gracia tan eximia, antecede con mucho a todas las criaturas celestiales y terrenas. Al mismo tiempo ella está unida en la estirpe de Adán con todos los hombres que han de ser salvados; más aún, es verdaderamente madre de los miembros de Cristo por haber cooperado con su amor a que naciesen en la Iglesia los fieles, que son miembros de aquella cabeza, por lo que también es saludada como miembro sobreeminente y del todo singular de la Iglesia, su prototipo y modelo destacadísimo en la fe y caridad y a quien la Iglesia católica, enseñada por el Espíritu Santo, honra con filial afecto de piedad como a Madre amantísima.

domingo, 15 de agosto de 2010

Solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María

Santa María, asunta a los Cielos, es para nosotros, hijos de la Iglesia peregrinante, un signo de esperanza que brilla intenso en el horizonte, signo que nos atrae, nos alienta, nos anima y estimula a seguir sus huellas y caminar confiadamente hacia donde Ella se encuentra gloriosa junto a su Hijo resucitado.

¡El triunfo de María nos llena de esperanza! Sí, al mirarla gloriosa tenemos la confianza de que también nosotros, bajo su guía y cuidado maternal, avanzamos hacia la transfiguración gloriosa de nuestras existencias, hacia la plena participación del amor y comunión de Dios, hacia la gloria definitiva y máxima felicidad que sólo Dios puede dar al ser humano.

Nos acompaña la certeza de que Santa María, asunta a los Cielos, no se desentiende del destino terreno y eterno de sus hijos e hijas. ¡Todo lo contrario! Ella, desde el Cielo, ejerce activamente su misión maternal: «¡Mujer, he allí a tu hijo!». Enaltecida y glorificada al lado de su Hijo, como Madre nuestra que es, nos sigue acompañando y sigue intercediendo por nosotros, continúa alentando nuestra esperanza y confianza en las promesas de su Hijo, no cesa de invitarnos a vivir con visión de eternidad, cuidándonos, protegiéndonos, educándonos con sus palabras y el ejemplo de su vida entregada al amoroso y servicial cumplimiento del Plan divino.

Finalmente, la Mujer que ahora y por toda la eternidad ve plenamente colmada las esperanzas de su terreno peregrinar, nos invita también a nosotros a ser hombres y mujeres de esperanza para tantos que en el mundo de hoy carecen de esperanza. De este modo, todo hijo e hija de María está llamado a ser signo de esperanza para muchos, apóstol que lleve a cuantos más pueda al encuentro con el Señor resucitado.

«La entrañable y singular unidad entre el Hijo y la Madre es un tema que aflora continuamente en la reflexión en torno al misterio de la Asunción.

»La Asunta es un fruto precioso de la Resurrección del Señor Jesús y está íntimamente ligada a su realidad. Es también, como nos lo recuerda el Catecismo de la Iglesia Católica, “una anticipación de la resurrección de los demás cristianos” (n. 966). Así, pues, en el misterio de la Asunción de la Madre los creyentes vemos una confirmación más de la promesa del Señor y un don que fortalece la esperanza en la resurrección a la que nos invita.

»La Constitución Lumen gentium ofrece una rica relación entre la Iglesia peregrina y la Madre asunta a los cielos. Dice el Concilio Vaticano II: “La Madre de Jesús, glorificada ya en los Cielos en cuerpo y alma, es la imagen y comienzo de la Iglesia que llegará a su plenitud en el siglo futuro. También en este mundo, hasta que llegue el día de Señor, brilla ante el Pueblo de Dios en marcha, como señal de esperanza cierta y de consuelo” (Lumen gentium, 68).

»Con su partida gloriosa de este mundo María no se aleja de sus hijos. Bien señala San Germán de Constantinopla: “Lo repetiré una primera, una segunda y una tercera vez, con toda la alegría de la que soy capaz: ¡Verdaderamente, oh María, si bien has emigrado de esta tierra no por ello te has alejado del pueblo cristiano!”. Y es que Ella maternalmente continúa ejerciendo su dinámica función en la economía de la reconciliación intercediendo por todos sus hijos: “Con amor de Madre —dice la Lumen gentium— cuida de los hermanos de su Hijo (...) Por eso la Santísima Virgen María es invocada en la Iglesia con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora”. Hermosa manifestación de la unión con su Hijo, cuya única mediación en nada disminuye. La celebración de este aniversario de la solemne proclamación del dogma de la Asunción corporal de la Santísima Virgen es, pues, ocasión para renovar nuestra piedad filial mariana y la confianza que todo hijo de la Iglesia debe tener en su maternal intercesión»

lunes, 9 de agosto de 2010

EXODO.....Camino de Fe


La agrupación de música católica EXODO, Camino de Fe, nace de la experiencia pastoral de distintos talentos musicales que Dios puso en sus integrantes y que poco a poco a través de experiencias particulares fueron transformándose en lo que hoy se proyecta en esta banda versátil que con buena música para distintos gustos permite dar un mensaje en el cual Dios es el invitado principal y es Él quien mueve estos talentos según sea necesario. Envíanos Señor donde seamos útiles con lo que sabemos hacer mejor. Oremos queridos hermanos para que más y más agrupaciones sientan  que el servicio es para Dios y no para bien propio, que el Dios de la Vida les bendiga siempre. 

PARA MEDITAR HOY


* Piensa que Dios está junto a ti, que te ama y que te está escuchando.


* Lee cada oración lentamente y al final de cada frase haz un poco de silencio.


* Las oraciones son sólo una ayuda, rézale a Dios con las palabras que salgan de tu corazón.


Dios mío, reconozco mi debilidad



pero confío en tu fuerza.



Ayúdame a amar a todos las personas como Jesús nos pide que lo hagamos,



sin hacer diferencias,



y con todo el corazón.



Dame un corazón dispuesto a ayudar a quienes más me necesitan. Amén.