sábado, 15 de enero de 2011

! Salve Divina Pastora ¡


Redemptoris Mater
sobre la Bienaventurada Virgen Maria
en la Vida de la Iglesia peregrina
1987.03.25

 « Salve, Madre soberana del Redentor, puerta del cielo siempre abierta, estrella del mar; socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse, tú que para asombro de la naturaleza has dado el ser humano a tu Creador ».

« Para asombro de la naturaleza ». Estas palabras de la antífona expresan aquel asombro de la fe, que acompaña el misterio de la maternidad divina de María. Lo acompaña, en cierto sentido, en el corazón de todo lo creado y, directamente, en el corazón de todo el Pueblo de Dios, en el corazón de la Iglesia. Cuán admirablemente lejos ha ido Dios, creador y señor de todas las cosas, en la « revelación de sí mismo » al hombre. Cuán claramente ha superado todos los espacios de la infinita « distancia » que separa al creador de la criatura. Si en sí mismo permanece inefable e inescrutable, más aún es inefable e inescrutable en la realidad de la Encarnación del Verbo, que se hizo hombre por medio de la Virgen de Nazaret.

Si El ha querido llamar eternamente al hombre a participar de la naturaleza divina, se puede afirmar que ha predispuesto la « divinización » del hombre según su condición histórica, de suerte que, después del pecado, está dispuesto a restablecer con gran precio el designio eterno de su amor mediante la « humanización » del Hijo, consubstancial a El. Todo lo creado y, más directamente, el hombre no puede menos de quedar asombrado ante este don, del que ha llegado a ser partícipe en el Espíritu Santo: « Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único » (Jn 3, 16).

En el centro de este misterio, en lo más vivo de este asombro de la fe, se halla María, Madre soberana del Redentor, que ha sido la primera en experimentar: « tú que para asombro de la naturaleza has dado el ser humano a tu Creador ».

En la palabras de esta antífona litúrgica se expresa también la verdad del « gran cambio », que se ha verificado en el hombre mediante el misterio de la Encarnación. Es un cambio que pertenece a toda su historia, desde aquel comienzo que se ha revelado en los primeros capítulos del Génesis hasta el término último, en la perspectiva del fin del mundo, del que Jesús no nos ha revelado « ni el día ni la hora » (Mt 25, 13). Es un cambio incesante y continuo entre el caer y el levantarse, entre el hombre del pecado y el hombre de la gracia y de la justicia. La liturgia, especialmente en Adviento, se coloca en el centro neurálgico de este cambio, y toca su incesante « hoy y ahora », mientras exclama: « Socorre al pueblo que sucumbe y lucha por levantarse ».

Estas palabras se refieren a todo hombre, a las comunidades, a las naciones y a los pueblos, a las generaciones y a las épocas de la historia humana, a nuestros días, a estos años del Milenio que está por concluir: « Socorre, si, socorre al pueblo que sucumbe ».

Esta es la invocación dirigida a María, « santa Madre del Redentor », es la invocación dirigida a Cristo, que por medio de María ha entrado en la historia de la humanidad. Año tras año, la antífona se eleva a María, evocando el momento en el que se ha realizado este esencial cambio histórico, que perdura irreversiblemente: el cambio entre el « caer » y el « levantarse ».

La humanidad ha hecho admirables descubrimientos y ha alcanzado resultados prodigiosos en el campo de la ciencia y de la técnica, ha llevado a cabo grandes obras en la vía del progreso y de la civilización, y en épocas recientes se diría que ha conseguido acelerar el curso de la historia. Pero el cambio fundamental, cambio que se puede definir « original », acompaña siempre el camino del hombre y, a través de los diversos acontecimientos históricos, acompaña a todos y a cada uno. Es el cambio entre el « caer » y el « levantarse », entre la muerte y la vida. Es también un constante desafío a las conciencias humanas, un desafío a toda la conciencia histórica del hombre: el desafío a seguir la vía del « no caer » en los modos siempre antiguos y siempre nuevos, y del « levantarse », si ha caído.

Mientras con toda la humanidad se acerca al confín de los dos Milenios, la Iglesia, por su parte, con toda la comunidad de los creyentes y en unión con todo hombre de buena voluntad, recoge el gran desafío contenido en las palabras de la antífona sobre el « pueblo que sucumbe y lucha por levantarse » y se dirige conjuntamente al Redentor y a su Madre con la invocación « Socorre ». En efecto, la Iglesia ve —y lo confirma esta plegaria— a la Bienaventurada Madre de Dios en el misterio salvífico de Cristo y en su propio misterio; la ve profundamente arraigada en la historia de la humanidad, en la eterna vocación del hombre según el designio providencial que Dios ha predispuesto eternamente para él; la ve maternalmente presente y partícipe en los múltiples y complejos problemas que acompañan hoy la vida de los individuos, de las familias y de las naciones; la ve socorriendo al pueblo cristiano en la lucha incesante entre el bien y el mal, para que « no caiga » o, si cae, « se levante ».

1 comentario:

  1. Una justa duda que se nos plantea al ver la más grande manifestación de fe de este país, la segunda de Latinoamérica y la tercera devoción mariana más importante del mundo convertida en una feria multitudinaria donde confluyen divas, buhoneros, tirapintas y ah… una Virgen.

    Para algunos citadinos la Divina Pastora es una devoción snob donde pueden mostrarse en sociedad, ir vestidos con más adornos que la propia Virgen y, con poses grandilocuentes y sombreros magníficos, revolver las olas de aquel mar de gentes. Personas que mandando “pines” feligreses y SMS’s católicos durante toda la procesión, conversando de nimiedades y sinsentidos, ni se dan cuenta cuando pasa silenciosa nuestra Patrona. “Ay, mírala, ahí va…” y les da lo mismo que sea la Virgen o una vitrina andante con muñecos de porcelana.

    Para otros la Divina Pastora es el divino acontecimiento donde se dan cita los panas, las que no pudieron mostrar las teticas en la playa, los que se compraron un bluejean y no les dio tiempo de estrenarlos en diciembre. Donde podemos echarnos unos traguitos escondidos, comer perrocalientes más baratos y disfrutar de una feria que se mueve con mucho ritmo y gozadera. Donde es finísimo tirarle mandarinas a los que van adelante y burlarse de las mujeres que llevan siete niños amarrados en un cordón umbilical de mecate o de aquellos que van dejando pellejos resecos mientras caminan descalzos y devotos.

    Y no hay que olvidar lo fantástico de algunas autoridades megalómanas y fiesteras que traen a cuanto extranjero hay para que le cante a la Virgen y que a cambio se lleven una buena opinión de la ciudad y unos buenos dólares. ¡In God we trust!... Eso sí. ¿Pero dónde están los golperos y tamunangueros? ¿Dónde meten a los artistas larenses que de verdad quieren ofrendarle a la Pastora? Aquí que nos desvivimos por los cultores y a todo se le antepone lo popular, los hallamos amontonados en una tarima de relleno donde hay además veinte fieles lanzando bambinos con agua, dos chamitas vendiendo nestí frío y un convoy con diez guardias mirándote feo.

    Es cierto que no sería -socialmente- viable entonar cantos litúrgicos a lo largo de los siete kilómetros de la procesión, pero tampoco es posible que entre reggaetones, animadores de pacotilla, baladitas comerciales y cantantes que suplican subirse a la tarima por cumplir tácticas publicitarias, se escuchen muy lejos y muy pobres las bellísimas estrofas del himno a la Pastora que cantan “cinco viejas locas alrededor de la Virgen y unos valientes que la llevan sobre el hombro”.

    Pero no todo es malo. Entre los casi dos millones de personas que vienen de todas partes de Venezuela y el mundo a acompañar a la Patrona de Lara, hay muchos fervorosos, verdaderos creyentes que viven la procesión como una manifestación profunda de fe. Hay muchas almas que pasan más de doce horas venerando a la Pastora y le ofrecen sus pasos, sus promesas y sus sueños, que esperan todo el año para darle gracias y en cada cuadra corearle un misterio. A ellos hay que respetarlos y, por encima de todo, imitar su ejemplo. Si no mejor quedémonos, salomónicamente, manejando la procesión con el control remoto.

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